—Si tu jefe se entera, nos mata —murmuró Tamara, apoyando la cabeza en su pecho.
—No se enterará.
Las manos de Danny se deslizaron lentamente por su cintura. Ella extendió las suyas para acariciar su cabello rojizo; siguiendo un impulso repentino, se puso de puntillas y le besó en los labios. Se contemplaron durante unos instantes, disfrutando en silencio el uno del otro. No eran muchos los momentos como aquel, en los que podían estar juntos, a solas, lejos de las miradas y los gestos de desaprobación de los demás. El muchacho se inclinó para besar sus mejillas de ébano, su frente amplia y despejada, sus labios gruesos, dulces y seductores. Sin decir nada, ella empezó a desabrocharle la camisa. Cuando él la ayudó a desprenderse de su blusa, el contraste entre su níveo pecho y el busto moreno de la joven se hizo aún más acusado. Había momentos en los que Danny temía lo que pensarían sus padres o sus amigos si se enterasen de su relación. Se preguntaba si le echarían de casa, si se negarían a hablarle a menos que dejase de ver a Tamara. Pero aquel no era uno de esos momentos. Ahora solo estaban ellos dos, y no había nada en el mundo más importante que sus abrazos y sus caricias.
Sus ropas quedaron desperdigadas por el suelo, olvidadas. Danny cogió a su pareja por la cintura y, levantándola a pulso, la tendió sobre la barra, encaramándose para situarse cuidadosamente sobre ella. En la gramola empezó a sonar una pieza de blues y los amantes se rindieron a la dicha del momento, deseando que pudiese durar eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario