Gruesas gotas de lluvia se deslizaban por el cristal de la ventana. Más allá del porche, una cortina gris lo cubría absolutamente todo, como si el resto del mundo se hubiese desvanecido. Salvo por el repiqueteo del agua sobre el tejado, en aquella casa reinaba el silencio.
Yo estaba agazapada sobre el viejo sillón, mirando como
ardían los troncos en la chimenea. Pensé en lo mucho que le echaba de menos. A
veces, cuando me concentraba, creía verlo en el fuego, sonriéndome. La casa
parecía tan vacía sin él… No podía evitar recrear en mi mente, una y otra vez,
nuestra última noche juntos. Entonces yo aún pensaba que volvería. Pasamos el
día encerrados en casa, leyendo a Byron y viendo películas antiguas; también
cocinamos, aunque nunca habíamos cocinado antes. Cuando ya eran más de las doce,
me dijo que tenía que irse. Recuerdo que, ya en la puerta, alargué la mano y lo
retuve. “Quédate a dormir”, conseguí decir con gran esfuerzo. Él me miró con
aquellos ojos tan expresivos y vi que dudaba. “Sólo una noche”, insistí, “por
favor”. Su gesto se enterneció, sonrió y besándome con suavidad, murmuró “está
bien”.
Es curioso cómo a pesar del tiempo transcurrido lograba
recordar cada detalle, cada palabra, cada gesto, por mínimo que fuese.
Aquella noche lo sentí acurrucarse a mi lado, abrazándome, y
me propuse memorizar para siempre esa sensación de calidez, de complicidad…
Después de todo, no sabía cuándo volvería a repetirse.
Él no tardó en dormirse, y yo me dediqué a observarle. Pensé
que debía haber muy pocas criaturas tan hermosas como aquella. Allí tendido,
junto a mí, con su pecho subiendo y bajando suavemente al ritmo de su
respiración, y la luz de la luna derramándose sobre su rostro como la plata
fundida, parecía más un ángel que un ser de carne y hueso. Jugueteé con uno de
sus rizos, con cuidado para no despertarle y me pregunté qué soñaría. Deseé
poder mantenerlo a mi lado por más tiempo, disuadirle de participar en aquella
peligrosa misión, pero lo conocía demasiado bien como para intentarlo.
No sabría decir cuánto tardé en dormirme, pero cuando
desperté por la mañana, él ya se había ido. Sabía que no soportaría una despedida.
Todavía le echo de menos, pienso en él a todas horas, cada día, desde hace
años. Pero él vuelve a visitarme por las noches. Yo le oigo suspirar en mi
oído, siento sus manos rodeando mi cintura. Viene a dormir a mi lado...
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLindo. Algunos detalles, como lo de la lectura de Byron, me han gustado especialmente.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias a vosotras por comentar :)
ResponderEliminarHola María;
ResponderEliminarQué relato más bonito y más triste al mismo tiempo.
Me ha gustado mucho, felicitaciones.
Saludos;
Willowgreen
María,
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato, corto y preciso pero a la vez tan amplio.
Felicitaciones!!!
Cariños
Catapzia