El crepitar de la solitaria vela que, medio consumida, se deshacía lentamente en un rincón del escritorio, resultaba estruendoso en medio del silencio que reinaba en la habitación. Un joven de rasgos suaves y cabellos castaños dormía plácidamente apoyado en la vieja mesa, sobre el revoltijo de ajados papeles que había estado leyendo. El chillido de una lechuza cerca de su ventana le hizo abrir los ojos, azules como el cielo, y mirar el reloj. Era tarde. Decidió que seguiría leyendo por la mañana, con la luz del día. Se levantó y apagó la vela. Fue hasta la ventana para cerrarla y se detuvo un momento a contemplar la belleza de los campos sumidos en la oscuridad. El suave viento mecía las ramas de los árboles más altos y la luna creaba reflejos plateados sobre el ancho valle. La lechuza que lo había despertado alzó el vuelo desde una rama cercana y cruzó el cielo hasta perderse en el horizonte. Iba a cerrar la ventana cuando un extraño sonido le hizo detenerse y aguzar la vista tratando de ver el tortuoso camino que conducía a la casa. Alguien se acercaba.
El joven bajó las escaleras con sigilo. Encendió la vela que había
junto a la puerta y la abrió cautelosamente. No tardó en presentarse ante eél,
como salida de la nada, la figura encapuchada que había visto aproximarse. Le
sorprendió que hubiese tardado tan poco en subir la empinada cuesta que llevaba
hasta la casa. El desconocido se quitó la capucha y la luz de la vela iluminó
su pálido rostro. Era joven, quizá de su misma edad. Le miró fijamente a los
ojos, negros como la más cerrada de las noches, y se interesó por su nombre y
por el motivo de su visita.
-Me llamo Dorian. Vengo de muy lejos y aún me queda un largo camino
hasta llegar a mi destino. Me preguntaba si podrían darme cobijo por esta
noche.
La puerta chirrió a sus espaldas y al volverse se encontró con la
mirada temerosa de su madre.
-Óscar, hijo mío, ¿quién es este muchacho y qué desea a estas horas?
El joven se inclinó respetuosamente y volvió a presentarse.
La mujer, al ver que era de buenas
maneras, se tranquilizó y le invitó a entrar. Pidió a su hijo que trajese leña
para el fuego y en poco tiempo la casa se llenó de un agradable olor a sopa
caliente.
El huésped se quitó la capa y la dejó sobre una silla. Sus
ropas eran finas y estaban ricamente bordadas. Se protegía el cuello con un
elegante pañuelo de seda, y al quitarse los guantes, Óscar vio que sus manos
eran suaves y delicadas, casi como las de una mujer. Se preguntó si
pertenecería a la nobleza.
Cuando la cena estuvo lista, su madre fue arriba a buscar a
su hermanita y Óscar se sentó a la mesa junto a su invitado.
-Y adónde os dirigís, si no es indiscreción.
Dorian sonrió.
-Si he de ser sincero, la verdad es que a ningún lugar.... Y
a la vez a todos los lugares.
-No os entiendo.
-Siempre estoy viajando. No poseo tierras, ni casa, ni
ningún sitio al que pueda llamar hogar.
-Nadie lo diría al veros.
-¿Lo decís por esto?-dijo al tiempo que se acariciaba la
elegante camisa.- No son más que regalos. He conocido mucha gente en mis
viajes.
Calló al ver que volvían las dos mujeres y no volvió a hacer
comentario alguno durante la cena.
Al terminar Óscar
guió al forastero hasta la habitación de su madre. Ella dormiría con su
hermana. La estancia era pequeña y de techo bajo. Apenas había espacio para la
modesta cama de matrimonio y un viejo baúl de madera donde guardaban la ropa
limpia.
-No es gran cosa, pero es todo lo que podemos ofrecerle.
-Agradezco mucho su hospitalidad-murmuró cortésmente antes
de retirarse. La puerta se cerró suavemente tras él.
Rose, la hermana de Óscar, que había subido tras ellos, le
pidió con su dulce e irresistible vocecita que le contara un cuento antes de
irse a dormir. Óscar la cogió en brazos y la llevó a su cuarto. Su madre seguía
abajo limpiando la olla que había usado para cocinar. Cuando la pequeña Rose
estuvo bien arropada dentro de su camita, su hermano se sentó a sus pies y le
preguntó qué clase de cuento quería oír.
-Uno de fantasmas- exclamó la pequeña entusiasmada.
-Está bien- dijo sonriendo.-Te contaré el cuento del
Fantasma Triste.
“Érase una vez, en un reino muy lejano, un hombre malvado y
cruel que tenía aterrorizados a los vecinos del pueblo en el que vivía. Era tan
despiadado que si iba andando por la calle y veía a un niño, se sacaba el
cinturón y corría tras él para golpearle, y si algún perro o gato se cruzaba en
su camino, lo cogía por el cuello y lo ahogaba. Aquel hombre no hablaba con
nadie, nunca iba a la iglesia, ni siquiera tenía amigos. En el jardín que había
frente a su casa no crecían flores ni arbustos, y parecía que hasta los pájaros
temían posarse en los aleros de su tejado. Eran muchos los que decían que
llevaba el diablo dentro, y muchos más los que aseguraban que era el diablo en
persona.
Una noche se desató sobre el pueblo una terrible tormenta
que lo cubrió todo con un manto blanco. Cuatro largos días tardó la nieve en
derretirse, y al hacerlo dejó al descubierto el cuerpo congelado de aquel
desalmado. Lo encontraron en el jardín de su casa, entre la hierba reseca y
marchita, tumbado boca arriba y con los ojos fijos en el cielo gris.
Lo enterraron en el cementerio a las afueras del pueblo. No
consiguieron encontrar a ningún familiar, por lo que solo asistieron a la
ceremonia el sacerdote y el enterrador. Pasaron los años y el recuerdo de aquel
hombre monstruoso empezó a desvanecerse de las mentes de los pueblerinos.
Hasta que un día sucedió algo que hizo que volviera a instalarse el miedo en
sus corazones. Aquella noche el alcalde se presentó en el ayuntamiento en
camisón, alertado por los gritos y ruegos de sus conciudadanos. Se encontró con
un par de niños acompañados de sus familias. Al principio temió que le hubiesen
despertado por una simple gamberrada, pero enseguida se dio cuenta de que no se
trataba de ninguna broma. Los rostros de los niños reflejaban auténtico terror
y se aferraban a las faldas de sus madres con desesperación. Por lo visto
habían entrado en la vieja casa del hombre malo a explorar y aseguraban haber
visto al fantasma del viejo.
Para tranquilizar a las familias, el alcalde envió a unos
cuantos hombres a inspeccionar la casa, por si algún indigente se hubiese
instalado en ella. Todos ellos volvieron con idéntica expresión de terror. Uno
de ellos aseguró que el fantasma se les había aparecido, nada más entrar en la
casa, y que con voz de ultratumba les había ordenado que saliesen de allí o les
arrastraría a los infiernos con él.
Después de aquello nadie más osó acercarse a la casa en
mucho tiempo. Pero un buen día se presentó en el pueblo un hombre misterioso
acompañado por un niño y una niña de corta edad. Aquel hombre aseguraba que sus
sobrinos tenían el poder de hablar con los muertos y que les ayudarían a
librarse del fantasma que tenía aterrorizados a los habitantes del pueblo a cambio de unas monedas de oro. Los vecinos
aceptaron el trato y aquella misma noche los dos niños entraron en la casa
encantada cogidos de la mano, y sin el menor rastro de temor en sus inocentes
rostros.”
-¿Cómo se llamaban los niños?-interrumpió Rose.
-
Pues se llamaban..... Óscar y Rose.
La pequeña sonrió y el muchacho
siguió con su historia.
“Como decía, los dos niños
entraron sin miedo en la casa. Encontraron al fantasma sentado a la mesa frente
a un plato vacío. El fantasma también los vio y con un gruñido les preguntó
porqué no corrían.
-¿Acaso no tenéis miedo?
-No- respondieron los niños.
-¿Y porqué no?
-Porque somos buenos.
El fantasma no supo qué responder
a eso y volvió a mirar fijamente el plato vacío. Los niños se sentaron a la
mesa con él.
-¿Tienes hambre?- preguntó Rose.
-Tengo hambre, tengo frío, tengo
sed....Y no puedo comer, ni beber, ni calentarme al fuego.
-¿Y por qué sigues aquí?-inquirió
Óscar.
-Porque no puedo marcharme. –dijo
el fantasma apesadumbrado.- Mientras estaba vivo fui un hombre malo, cometí el peor crimen del mundo, y ahora
estoy condenado a vagar eternamente sin descanso hasta que aquellos a los que
hice daño me perdonen.
-¿Qué crimen cometió?
El espíritu tardó en contestar y
cuando lo hizo su voz sonó como un lamento.
-Maté a mi propia hermana.
Esta vez fueron los niños los que
enmudecieron.
-¿Por qué?- preguntó Rose.
-Porque yo era joven y egoísta, y
me enfureció saber que ella había encontrado el amor. Los maté a los dos, a
ella y a su amado, y los enterré en el jardín. Por eso no crecen flores en él, y por eso los pájaros temen acercarse.
-¿Ha intentado pedirles
perdón?-preguntó Óscar.
-No me atrevo. ¿Por qué iban a
perdonarme?
-Porque usted lamenta lo que les
hizo.
-¿Y qué? Eso no cambiará nada, no
les devolverá la vida que podrían haber tenido juntos.
-Pero despertará su
compasión.-aseveró Rose.
El fantasma no parecía convencido,
pero al final cedió, y salieron al jardín. Más allá de la cerca, el tío de los pequeños observaba
la escena impasible. Los escasos vecinos habían corrido a refugiarse a sus
casas al ver salir al fantasma. Óscar y Rose se arrodillaron sobre la tierra
marchita y juntaron las manos para rezar. En voz baja, el fantasma llamó a su
hermana y de las entrañas de la tierra emergió la figura de una hermosa joven
de largos cabellos dorados que al ver a los niños arrodillados, rogando por el
alma de su pobre hermano, sonrió, lo cogió de las manos, y tras besarlo en la
frente le dijo:
-Me alegro de que hayas
encontrado buenos amigos, hermano. Mi amado y yo te perdonamos. Ven a casa con nosotros.
Las dos figuras se desvanecieron
juntas y el jardín se cubrió de flores. Porque solo con el perdón se puede
recobrar la paz de espíritu.”
Rose se había quedado dormida. Su hermano se
levantó con cautela y salió de la habitación sin hacer ruido. Una vez en la
suya, el muchacho se desnudó y se metió en la cama. El cansancio había ido
haciendo mella en él a lo largo del día, por lo que no tardó en rendirse a los
brazos de Morfeo. Algo lo despertó, sin embargo, cerca de la media noche, la
extraña y oscura sensación de no estar solo, de que alguien le observaba con
atención. Abrió los ojos pero la oscuridad de la habitación era impenetrable.
Solo cuando las nubes, empujadas por el fuerte viento que recién se había
levantado, dejaron paso a un tímido rayo de luna, pudo ver el joven Óscar el
rostro de su huésped inclinado sobre él, con aquellos ojos de azabache y
aquella extraña sonrisa que lo dejó paralizado al instante.
-¿Qué significa esto?-logró
balbucear.- ¿Qué quiere?
-Quería verte más de cerca-
murmuró el invitado.-Me ha gustado el cuento que le has contado a tu hermana.
Entiendo bien al Fantasma Triste. Yo también llevo el demonio dentro.
-¿Qué quiere?-preguntó el otro
aterrorizado.
-Te quiero a ti- dijo
inclinándose aún más.
Óscar sintió su aliento sobre el
cuello y luego un pinchazo agudo y la sangre que se derramaba caliente sobre
las sábanas. Intentó resistirse, pero se sentía incapaz. Aquel joven tenía una
fuerza extraordinaria y lo retenía contra la cama con todo el peso de su
cuerpo, lamiéndole la garganta a la vez que con la mano que le restaba libre le
acariciaba los cabellos. El dolor en su cuello era cada vez más agudo. Quiso
gritar, pero era imposible. De su boca apenas escapaba algún gemido débil e
inaudible. La sangre seguía manando
abundantemente de la herida, y el muchacho sentía que se le nublaba la vista.
Todo transcurrió como en un sueño, y como salido de un sueño se sintió el joven
Óscar cuando abrió los ojos y vio al huésped de pie junto a su escritorio, examinando
con atención los papeles que habían quedado desperdigados anárquicamente
esperando el nuevo día.
-¿Te gusta la poesía?- preguntó
sin mirarlo.
Óscar se incorporó ligeramente.
El cuello ya no le dolía. Se llevó la mano a la garganta y al retirarla no vio
el menor rastro de sangre. Desconcertado, se preguntó si no habría sido todo un
sueño al fin y al cabo.
-¿Qué hace en mi habitación?
El joven, haciendo caso omiso de
la pregunta, cogió uno de los muchos papeles, se sentó a los pies de su cama y recitó:
“¿Cómo puedo volver a tener dicha
si me es negado el bien de hallar
reposo?
Si no me alivia la noche el mal
diurno,
sino que día y noche, noche y
día,
aunque son enemigos sus imperios
se dan la mano y acuerdan
torturarme,
el uno con su afán, la otra con
sus quejas
de que estoy cada vez de ti más
lejos.”
-….Siempre es un placer conocer a
alguien que aprecia a Shakespeare.-concluyó.
-No tiene derecho a entrar así en
mi habitación.
-Te pido disculpas-murmuró el
intruso torciendo el gesto-. Quizá hubieses preferido que fuese a visitar a tu
madre o a tu hermana.
Óscar sintió cómo se le helaba la
sangre en las venas.
-Si les hace daño….-murmuró entre
dientes.
-No te preocupes, ellas no me
interesan tanto como tú-dijo, y, tras un prolongado silencio, añadió-. Llevo
días observándote, ¿sabes? No he llegado hasta aquí de la noche a la mañana. Te
he estado vigilando, escondido en el bosque, como una bestia. He aprendido
mucho sobre ti, y cuanto más aprendía, más fascinado estaba contigo.
-¿Por qué conmigo?-preguntó el
muchacho desconcertado.
El huésped no contestó. Se
levantó y se paseó por la oscura habitación. Finalmente, tomó asiento en la
silla de madera, frente al escritorio, y dijo con voz suave.
-Llevo mucho tiempo solo.
Demasiado. Confiaba en que quizá tu y yo….Podríamos hacernos compañía. Que
quizá tú me comprenderías.
-Pues no, no le comprendo, no
comprendo nada.
El huésped sonrió.
-Sé que eres bueno contando
historias. Deja que yo te cuente una. Cuando la hayas oído, comprenderás.
“Érase una vez un joven huérfano
que no tenía nada, que se había criado en la miseria, cuyo triste destino
consistía únicamente en sobrevivir un día más alimentado por la esperanza de
que las cosas fueran a mejor, pero sabiendo que solo podían ir a peor. Para los
desgraciados como él no había ningún futuro, más que el de acabar sus días en
algún inmundo rincón ante las miradas indiferentes de los más afortunados.
Pero el destino es caprichoso, y
tenía otros planes para aquel muchacho. Cierto día, el joven robó una barra de
pan a un vendedor descuidado que lo persiguió por media ciudad hasta dejarlo
casi exhausto. Iba a rendirse ya cuando, desde un portal, oyó que alguien le
llamaba. Era un caballero de aspecto sobrio pero elegante, de cabellos dorados
que llevaba rizados por detrás de la oreja. Le invitó a entrar, y nuestro
protagonista accedió sin dudar.
Los días siguientes los pasó en
la mansión de aquel hombre tan extraño que se ocupaba de él, lo alimentaba, lo
vestía, lo aseaba, y, en general, se preocupaba de que no le faltase de nada.
Le explicó que había perdido a su mujer hacía poco, que no habían tenido hijos
y que se sentía muy solo desde entonces. Quería asegurarse de que, si él se
iba, quedaría alguien para cuidar de su casa y sus recuerdos. Aquel hombre
adoptó al muchacho. Pasaron unos días muy felices, en los que el caballero
enseñó al muchacho a leer y a escribir y le proporcionó sus primeros libros. El
muchacho llegó a sentir verdadera adoración hacia su protector.
Una noche, su padre adoptivo le
citó en su habitación, y cuando el muchacho entró lo encontró sentado a su
mesa, como siempre, escribiendo lo que parecía una larguísima carta. “Padre,
¿quería verme?” “Sí, hijo mío. Quería decirte que ha llegado mi momento, he de
irme. Esto- dijo señalando el escrito-, es mi testamento. Te dejo todo lo que
poseo, mi casa, mis libros, y todo mi dinero. Puedes hacer lo que quieras con
ellos.” “Padre, ¿acaso estáis enfermo?”-preguntó el joven, preocupado. “No
querido, me temo que es algo mucho peor que eso. Estoy maldito. El Señor no
quiso que Madeleine y yo tuviéramos hijos para que no heredaran esta terrible
maldición. Hoy hace un año que ella se marchó y ha llegado el momento de que yo
también me retire a descansar. Pero antes de hacerlo, quiero darte un consejo:
“La eternidad no trae consigo la felicidad. Ésta solo puede proporcionártela el
ser amado. No cometas los mismos errores que yo. No intentes vencer al tiempo.”
Tras decir esto, se marchó y
nadie más volvió a saber de él. Casi un
año más tarde, aquel joven fue al cementerio a visitar a la mujer que su padre
había amado, y se encontró con que junto al sepulcro se alzaba una
impresionante estatua de mármol, de tamaño natural, que postrada junto a la
tumba, semejaba rezar. El joven echó a correr asustado y nunca más volvió a
pisar aquel lugar. Ver el rostro de aquel al que tanto había amado convertido
en piedra, con los surcos de lo que antaño fueron lágrimas resbalando por sus
mejillas, había sido demasiado para él. Desde aquel día, desoyendo los consejos
de su tutor, el muchacho dedicó todo su tiempo a buscar respuestas, a averiguar
la naturaleza y el origen de la maldición de la que había hablado. Y la
encontró.”
El huésped quedó callado, absorto
en sus pensamientos. Cuando volvió a hablar lo hizo en un susurro, como si se
lo dijese a sí mismo.
“Fue una bruja gitana. La conocí
por casualidad. Ella me contó todo lo que quería saber, y me convirtió en lo
que soy ahora. Al principio me pareció algo maravilloso, y no entendí por qué mi padre había renunciado a ello.
Ahora lo entiendo. Fui un estúpido al no seguir su consejo. Y lo estoy
pagando.”
-No lo entiendo- confesó Óscar .
Había escuchado la narración absolutamente fascinado, pero había algo que no
alcanzaba a comprender.-¿ Cuál es esa maldición de la que hablas?.
El huésped se levantó y volvió a
sentarse a los pies de su cama. Se quitó lentamente el pañuelo que rodeaba su
cuello dejando a la vista dos pequeñas cicatrices, como las dejadas por dos
pinchazos.
-La maldición de la vida eterna.
La maldición de una existencia vergonzosa, la de un parásito, al que le es
negado casi cualquier placer. No como, no duermo, no siento ni el frío ni el
calor, hace años que me está prohibido ver la luz del sol. Desafié egoístamente
las leyes de la naturaleza y me convertí en un ser monstruoso, en una criatura
sedienta de sangre a la que muchos hombres persiguen sin descanso con el firme
propósito de aniquilarla, y no sin razón. Soy un vampiro.
-Estás loco.- sentenció Óscar
levantándose de la cama de un salto. Había recuperado la movilidad perdida.
Agachándose rápidamente junto al escritorio, abrió una cajón y sacó el cuchillo
de caza que había pertenecido a su padre.- Sal de aquí. Márchate y déjanos en
paz.
El otro joven se levantó y caminó
lentamente hacia él.
-¿No me crees? Te lo demostraré-dijo,
y con una velocidad asombrosa le quitó el cuchillo de las manos y se lo hundió
a sí mismo en el estómago. Óscar dejó escapar un grito ahogado. El huésped no
hizo ni un gesto de dolor. Impasible, se arrancó el arma de las entrañas. La
hoja estaba empapada de sangre, pero bajo la desgarrada camisa no se veía
herida alguna.-¿Me crees ahora?
Óscar no sabía qué hacer ni qué
decir. Quería salir corriendo de la habitación pero nuevamente se sentía
incapaz de moverse. La mirada del huésped era hipnótica, sus ojos semejaban dos
túneles hacia la oscuridad más absoluta.
Vio que se sacaba un pequeño espejo del bolsillo y se lo tendía. Lo cogió con
manos temblorosas y, obedeciendo a un gesto de su interlocutor, se miró en él.
Vio su rostro pálido como la nieve, sus ojos desmesuradamente abiertos y
asustados y su frente cubierta de mechones de pelo húmedo. Pero lo que
verdaderamente le asustó fue ver en su garganta dos pequeñas marcas idénticas a
las que el joven que tenía frente a él le había mostrado.
-¿Qué….Qué me has
hecho?-tartamudeó.
-Te he mordido. Lo de antes no ha
sido un sueño, Óscar.
-Pero eso significa
que….yo….soy….
-No, no eres un vampiro. Si
hubiese querido convertirte, te habría obligado a beber mi sangre después de
morderte. Así es como se hace.
-¿Qué quieres de mí?
-No lo sé-contestó él tras un
silencio.- Yo…. Simplemente estoy cansado de estar solo.
Óscar lo miró confuso. Aquella
situación le parecía grotesca. Finalmente, se sentó en la silla e hizo la
pregunta que encontró más obvia.
-¿Y por qué yo? ¿Por qué has decidido que quieres estar
conmigo?
-Por que eres la persona más interesante que he conocido,
aparte de a mi padrastro
-Pero, ¿qué sabes tú de mí?
-Lo sé todo. Conozco tu historia. Sé que eres la única
esperanza de una madre viuda para sacar a delante a su familia. Sé que quisiste
estudiar las bellas letras, pero que tuviste que abandonar tus estudios cuando
tu padre murió. Sé que pasas horas y horas metido en una oficina y que a la
hora de comer te escapas a la biblioteca del pueblo. Sé incluso más de lo que
tú mismo sabes sobre ti. Como que tu madre ansía que te cases y formes una
familia. Y también sé que eso nunca ocurrirá. ¿Quieres saber por qué?
-¿Por qué?- preguntó Óscar mirándole fijamente.
-Porque sabes que ninguna de las muchachas del pueblo, por
dulce o hermosa que sea, te hará feliz. Porque hace años que esperas a la
persona adecuada, aquella que sea capaz de encender en tu pecho el verdadero
amor y la verdadera pasión.
Óscar temblaba. Su huésped se había ido acercando lentamente
hacia él hasta rozarle la mejilla con la suya. Un escalofrío le recorrió de
arriba abajo cuando sintió su cálido aliento contra la oreja y le oyó susurrar:
-Deja que yo sea esa persona, Óscar. Deja que te ame. Deja
que me quede contigo.
Tras decir esto, se apartó un poco, pero manteniendo aún su
rostro muy cerca del suyo. Aquellos ojos negros brillaban ahora como si se
hubiese encendido un fuego en su interior. No se había dado cuenta hasta
entonces de lo extrañamente bellos que eran. Cuando le besó, el joven Óscar
sintió que la habitación se desvanecía a su alrededor, y supo que aquel
muchacho tenía razón, que quizá desde antes de su nacimiento, ya estaban
destinados a encontrase.
A la mañana siguiente, antes de que amaneciese, el huésped
se despidió de la familia que le había acogido y se internó en el oscuro
bosque. Durante los años siguientes, volvió en secreto cada noche para
encontrarse con su compañero.
Una de estas noches, mientras paseaban juntos a la luz de la
luna, Óscar se detuvo y cogió de las manos a su amigo.
-Dorian, hay algo que quiero pedirte.
El otro suspiró.
-Sé lo que vas a pedirme. La respuesta es no.
-¿Por qué no? Podríamos estar juntos para siempre. No
volverías a estar solo. ¿No es eso lo que querías?.
-Sabes que te quiero más que a nada en este mundo, y que
nada me haría más feliz que compartir contigo la eternidad. Pero no de este
modo. No quiero condenarte a esto.
-Pero, ¿por qué habría de ser una condena? Nos tendríamos el
uno al otro.
-Sí, pero tú perderías muchas cosas que a mí ya me son
negadas. Sé que me quieres, pero ¿abandonarías a tu familia por mí?
¿Abandonarías a Rose?
-Rose pronto será una mujer hecha y derecha. Se casará y
formará su propia familia. Además, no tendría por qué abandonarla.
-Lo harías, créeme. La disciplina necesaria para controlar
el ansia de sangre no se alcanza de la noche a la mañana. Yo tardé cien años, y
hasta que lo conseguí maté a muchos de inocentes. Algunos de ellos, personas a
las que verdaderamente había llegado a querer.
-Nunca me lo habías contado- dijo Óscar, horrorizado.
-No es algo que desee recordar. Lo peor de nuestras malas
acciones es que a veces no las podemos enmendar. Además…. Muchos creen que los
vampiros perdemos una parte de nuestra alma cuando dejamos de ser del todo
humanos. Si se nos concede una vida eterna en este mundo, probablemente
signifique que no seremos dignos de continuarla en el otro.
-Quieres decir….
-Que no creo que haya esperanza para mí. Mis manos están
demasiado sucias. Pero puede que si la haya para ti. Y no quiero ser yo quien
destruya esa esperanza.
El joven Óscar insistió durante mucho tiempo, pero la
respuesta siempre fue la misma. Pasaron los años, y mientras él se hacía viejo,
su amante permanecía inalterable.
-¿Por qué sigues conmigo?-le preguntó una noche. Estaban
solos en la casa, sentados frente a la chimenea. Rose vivía con su marido en la
ciudad, y su madre hacía tiempo que se había ido.-He perdido la belleza que
viste en mí cuando era joven. Mis cabellos se vuelven un poco más grises cada
día y las marcas del tiempo no perdonan a mi rostro.
-Sigo contigo porque te amo-afirmó el otro mirándole con
ternura. -Y no es cierto que hayas perdido tu belleza. No me enamoré de tu
rostro, sino de tu alma, que cada día es más hermosa.
-Pero pronto se acabará mi tiempo, y volverás a enfrentarte
a la soledad. Buscarás a otro para que te haga compañía.
-Jamás encontraría otro como tú-afirmó.
Muchos años después, cuando ya había alcanzado una edad muy
avanzada, Óscar dejó este mundo con Dorian cogiéndole la mano. Cuando se
cumplía un año de su muerte, Rose fue con su familia a llevarle flores y quedó
maravillada al encontrar junto a su tumba una extraordinaria escultura de
mármol que representaba a un apuesto muchacho, de pie frente a la lápida, con las mejillas surcadas por lágrimas de piedra.
Obra registrada:
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